Egipto vive días de represión y furia política. Es el verano de 2013. Miles de personas participan en sentadas de protesta a las plazas de a el-Nahda y Rabaa del Cariz. Reclaman la reinstauración del presidente islamista Muhammad Mursi, el primer civil que había llegado al cargo después de décadas de dictadura. El general Abd al-Fattah al-Sisi, cerebro del golpe de estado, tiene otros planes y no le da miedo de mancharse las manos de sangre.
El 14 de agosto, después de seis semanas de protestas, las fuerzas de seguridad egipcias rodean la multitud. La orden es muy clara: desalojar las plazas sea como fuere. El resultado de todo es una matanza de centenares de personas. El gobierno habla de 638, pero la cifra se ensarta hasta 800 o un millar, según algunas ONG. Human Rights Watch dice que es ‘una de las matanzas más grandes de manifestados en un solo día’.
Violencia y libertad de expresión
En pocas horas, la violencia ennegrece y destruye calles enteras que estaban llenas de gente, entoldados y colores. La dictadura militar tritura la Tahrir de Mursi y sólo deja las cenizas a guisa de advertencia. Algunos periodistas, entre los cuales el fotógrafo Mahmud ‘Shawkan’ Abu Zeid, documentan la brutalidad de las fuerzas de seguridad, pero acaban siendo víctimas.
Shawkan, conjuntamente con el fotógrafo francés Louis Jammes y el periodista norteamericano Mike Giglio, es detenido. Jammes y Giglio son liberados poco después, pero Shawkan continúa todavía en prisión preventiva. Casi cinco años enchironado por haber hecho fotografías. Por si fuera poco, el código penal egipcio sólo permite un máximo de dos años de prisión preventiva.
La fiscalía lo acusa de posesión de armas, reunión ilegal, asesinado, tentativa de homicidio y pertenencia a organización terrorista, en referencia a la cofradía islamista de los Hermanos Musulmanes, proscritos después del golpe de estado. Por todo ello, Shawkan podría ser condenado a cadena perpetua o a pena de muerte. Aun así, las acusaciones no casan con la descripción que hace Giglio de los instantes previos a la detención:
«Yo estaba detrás el cordón policial, no muy lejos de la mezquita de Rabaa, donde los manifestantes hacía días que se habían concentrado. Entonces él [Shawkan] apareció con el fotógrafo Louis Jammes. Durante un minuto, observamos como la policía disparaba con armas automáticas contra la multitud. Hablamos de cómo esquivar el cordón y adentrarnos en la protesta, pero Abu Zeid se fue a hacer fotografías. Poco después, la policía me retuvo, me golpeó la cabeza y me ató las manos. Sabían que era un periodista y parecía que se ensañaban. El destino de Abu Zeid y Jammes fue parecido.»